lunes, 13 de diciembre de 2010

La paradoja de Abilene

          Una calurosa tarde de verano en Coleman, Texas, una familia se encuentra a gusto jugando al dominó en el porche hasta que el suegro propone que vayan hasta Abilene, a 85 kilómetros al norte, a cenar. La mujer dice: “Me parece una buena idea”. El marido, a pesar de sus reservas porque en el viaje en coche es largo y hace calor, cree que sus preferencias están en desacuerdo con las del grupo y dice: “Me parece bien. Solo espero que tu madre quiera ir”. Entonces la suegra dice: “Claro que quiero ir. Hace mucho tiempo que no voy a Abilene”. El viaje en coche es sofocante, largo y hay polvo por todas partes. Al llegar al restaurante, la comida es igual de mala. Cuatro horas después regresan a casa agotados. Uno de ellos dice sin ninguna sinceridad: “Ha sido un viaje estupendo ¿no os parece?” La suegra afirma que en realidad ella habría preferido quedarse en casa, pero que estuvo de acuerdo en ir porque los otros tres habían mostrado mucho entusiasmo. El marido dice: “Pues yo fui para que estuvieran contentos. Estaría loco si quisiera salir con este calor”. El suegro dice que lo propuso porque creía que los demás estaban aburridos.
     El grupo, desconcertado por haber decidido todos juntos hacer algo que ninguno de ellos quería hacer, vuelve a sentarse. Todos hubieran preferido quedarse sentados cómodamente, pero no lo confesaron cuando todavía tenían tiempo de disfrutar de la tarde.

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